Yo nací casanareña
y me crié como llanera
allá en un fundo remoto,
allá en un fundo remoto,
viví mis primeros años
como los viven muy pocos,
fui toñeca de la brisa
que me acariciaba el rostro
y de mirar lejanías
se me aclararon los ojos.
Esos tiempos de la infancia
unos los pasé en el patio
y en el cuadril pasé otros,
y en el caño pasé otros,
y se iban criando conmigo
cuatro güires y un piapoco
me dormía en un chinchorrito
guindado de un guamo a un yopo,
y antes de decir papá
ya sabía decir joropo.
En as noches tras la cena
me entretenía con los cuentos
de Tío Conejo y Tío Zorro,
de Tío Tigre y de Tío Zorro,
cuentos de reyes y príncipas,
Pedro Rimala’ y Juan Bobo,
y después venían los sustos
si empezaban con El Coco,
La Llorona, El Silbador,
Los Duendes y El Perro Loco.
A las vacas del ordeño
de mañana en el corral
les sabía su nombre propio,
les decía su nombre propio,
y cargaba mí panela
para comer con calostro,
peleaba con mis hermanas
la postrera de Orinoco,
la miel de los matajeyes
y el primero de los gofios.
De palo eran mis juguetes
Y mis muñecas de trapo
con cabellos de jojoto,
con cabellos de jojoto,
pegadas con candelero
y pintadas con onoto,
mis joyas eran las flores
de venturosa y bototo,
los collares de pionías
y anillitos de corozo.
Cogía pipo’ y mararayes
y perseguía alcaravanes
con un mandador de potro,
un mandador fue mi potro,
y bailaba mi zaranda
con el zumbido de los trompos,
jugábamos al vena’o,
al escondido y al oso,
decíamos en jeringonza
“espemipillapanopo”.
Y comenzando la tarde
que llegaba de la escuela
en un macho viejo gocho,
en un macho viejo gocho,
yo me ponía a hacer tareas
sobre una mesa de tronco,
a repasar la del tres,
la del cinco, y la del ocho,
o a aprenderme ese pasaje
que habla del táparo roto.
Así me formé escuchando
Un silbido delgadito
persiguiendo un cuatro ronco,
persiguiendo un cuatro ronco,
mientras en la mata’e monte
se formaba el alboroto,
y era callarse un turpial
pa’ que empezara un conoto,
por eso mientras yo viva
sigo cantando joropo.